La semana pasada caminando por el metro Zapata ví en un puesto de DVDs, no de los originales sino de los otros (omito decir Piratería porque luego se ofenden) la película titulada "Alarido", sí igual que la que dirigiera Darío Argento en los setenta, fue entonces que recordé que hace un par de años escribí mi reseña de ella en calidad como siempre de fanático porque crítico no soy. Esto último lo aclaro para beneplacito de mis detractores. Ahí les va...
Santi padece una extraña
enfermedad la cual provoca que su piel sea literalmente calcinada por la luz
del sol y sus colmillos crezcan más de lo normal. Su madre preocupada sabiendo
que la deficiencia puede llevarlo a la muerte decide que lo mejor es abandonar
la ciudad. Es así como ambos se trasladan a un bosque en donde los rayos
solares quedan ocultos tras los arboles, predominando la mayor parte del tiempo
la oscuridad.
Su llegada coincide con el inicio
de una serie de brutales asesinatos. Estar en el lugar y la hora equivocados,
unido a su desconcertante aspecto y a unas explicaciones poco convincentes
ofrecidas a la policía, convierte a
Santi en el principal sospechoso, pero el joven está dispuesto a comprobar su
inocencia y de paso resolver el enigma.
¿Dónde he visto esto antes?
“De los productores de El
Orfanato”, esa es la carta de presentación – o gancho comercial- con la que la
película Alarido del director ibérico Isidro Ortiz consigue llenar la sala
cinematográfica. Mientras que El Orfanato (2007) sigue la línea
impuesta por Alejandro Amenabar y Guillermo del Toro, cineastas que no apelan
al recurso del susto por la vía fácil, Alarido apuesta por un cine de horror
que mezcla todos los sitios comunes y estereotipos de las cintas estadounidenses
de los años 80, los experimentos del tipo El
proyecto de la bruja de Blair (1999) y sobre todo las recientes
producciones orientales. Más de un fanático del llamado giallo italiano notará el
parecido existente entre Alarido y Phenomena (1985), película de terror
sobrenatural dirigida por Dario Argento, en donde una chica – una jovencísima
Jennifer Connelly- con poderes que la convierten en el fenómeno del título
persigue a un engendro homicida que ataca en un siniestro bosque.
Un principio curioso y un final
predecible.
El interés que en un principio
despierta ver a un personaje con características vampíricas que lo condenan a vivir en la oscuridad
jugando del lado del bien y enfrentándose a una amenaza desconocida – y no, no
me refiero a Blade- pronto disminuye, ya que el defecto físico que daba pie
a exponer situaciones en donde el
protagonista se viera en mayor riesgo es
desaprovechada casi por completo a lo largo de la historia. En otras palabras,
se convierte en un detalle de poca trascendencia.
La primera parte oscila entre el
suspenso y la fantasía. Un enemigo de origen desconocido ha perpetrado crímenes
sobrehumanos y es ahí donde uno como
espectador se pregunta ¿Qué explicación nos darán al final sobre todo esto? La
fuerza de la costumbre nos lleva a pensar que estamos ante una historia más de
fantasmas buscando venganza, con niña azul de cabellos maltratados incluida
(sí, la misma que hemos visto en La maldición, El aro y un largo etcétera).
A la mitad, una vuelta de tuerca deja
a un lado el aspecto fantasioso para explicar un caso de nota roja en donde,
como sucedió en El laberinto del Fauno
(2006), los seres humanos pasan a ser los verdaderos monstruos, sin embargo el
resultado es un tanto fallido, sobre todo por unos diálogos caricaturescos, “Nunca debieron haber venido,
váyanse antes de que sea demasiado tarde” (Scooby Doo ¿Dónde estás?). A partir
de ahí es que la película se torna chacotera, la clásica historia de terror
adolescente con novia que se pone romántica en el momento menos indicado y el
amigo gracioso experto en el tema que
ofrece su ayuda incondicional ¿Sería acaso un homenaje a Corey Feldman quien
hace un papel similar en Los muchachos perdidos?
Cómplices del miedo
¿Recuerdan ese juego que algunos
llamábamos la casa de los espantos? Consistía en esconderse detrás de la puerta
de una habitación y meterle un susto (sin albur) a quien le tocaba entrar.
Siempre era lo mismo, no había mayores sorpresas ¿Pero a quién le importaba? La
diversión estaba en el hecho de asumirse como víctima.
Pues lo mismo sucede durante la
proyección de la cinta, la cual consigue arrancar el grito de el público, quien
a pesar de conocer ya todos clichés del genero permite que escenas tan
trilladas como aquella en que el personaje despierta de una pesadilla para
comprobar que sigue soñando, lo sobresalten. En ese sentido la trama aunque por
momentos incoherente conecta con las emociones del espectador, habiendo desde
la chica que brinca de su asiento hasta el acompañante que aprovecha para
asustarla tantas veces como la cinta lo permita.
Como ya notaron queridos lectores,
las referencias y guiños de ojo están a la orden del día o mejor dicho, en este
caso, de la noche. Dicho sea en otras palabras, Alarido es un divertimento que
falla en sus pretensiones de trascender
pero logra lo que la mayoría del público espera “simplemente divertir”.