domingo, 31 de marzo de 2013

Papá soltero, un placer culposo.

Me cae que entre más veo los programas cómicos del canal 2 más me duele el hígado. Uno es La familia peluche, copia infame de Los Simpsons con un Eugenio Dérbez sin una pizca de gracia (si es que algún día la tuvo). Luego otro bodrio que no me he animado a ver más de cinco minutos ya que no soporto al pesado Ortíz de Pinedo, se llama Durmiendo con mi jefe algo así como Two and a half men con dos fulanos que por azares del destino terminan viviendo juntos. Pero recalco, ni el mentado Negro Araiza que no sé porque sale en todos los programas ni el plomazo Ortíz de Pinedo son medianamente chistosos. Bueno, el primero tiene voz de pito (sin albur) y ni así provoca risa. Lo más patético es que, para que te des cuenta de que es un programa cómico recurren al viejísimo truco de los camarografos riéndose como locos ¡Lo que hay que hacer para tragar!

El caso es que todo eso me lleva a recordar uno de mis más grandes placeres culposos de la telera, y ya no sé si llamarle así porque a pesar del tiempo creo que estaba mil veces más simpático que éstas porquerías. Me refiero a Papá soltero. Confieso que tenía sus fallas, podía ser muy cursi y excesivamente moralista pero era un reflejo fiel de su época, los años ochenta han sido la década más fresa y de eso no hay duda.

Cada capítulo duraba media hora, ya sin comerciales se reducía a poco más de veinte minutos. Creo que buena o mala, estaba mucho mejor escrita que otras series de ese tipo, los personajes con perfiles muy bien definidos. Cada uno hablando en el momento en que tenía que hacerlo, lo menciono porque hay unas telenovelas en las que los personajes ponen cara de idiota mientras esperan la respuesta del otro.

El peso de la serie lo llevaba el cantante César Costa, quien se interpretaba a él mismo. Se supone que ya había dejado la cantada y ahora, era productor de televisión. Un día le avisan que su ex-esposa se murió y que no le va a quedar otra que llevarse a sus hijos a vivir a su depto de soltero. Uno pensaría que para darle el toque cómico los chavales serían peor que el alma de Judas, pero ni muy muy ni tan tan, eran tan normales como cualquiera. Ese fue el primer acierto. 

El problema al que se enfrentaba el papá en cada capítulo era guiar por el buen camino a los adolescentes Miguel y Alejandra y al chamaco Cesarín (que por cierto, era como de mi edad). Y eso de "problema" era un decir, porque en ese tiempo se escandalizaban de todo. La estructura de cada capítulo era basicamente la misma: Uno de los hijos cometía una falta o algo lo inquietaba, César notaba algo raro y al final les aventaba un sermón conciliador. De eso iba todo. Obvio, de vez en cuando el ruco cantaba una rola con cualquier pretexto. Ah, esa era otra cosa muy vaciada porque como ya mencioné, César Costa hacía de él mismo y aunque no es una estrella internacional, en ese tiempo todavía tenía cierta fama, y yo pensaba "Qué martirio para los hijos que cada vez que conocieran a alguien les dijeran ¡Tu papá es César Costa!", de hecho un capítulo si habló de eso.


En otro, Miguel y un amigo rentan una película porno en VHS. Ojo, el termino pornografía ni lo mencionan. Se limitan a decir película para adultos. Y el encargado del videoclub todavía se pone sangrón y le dan una lana, jajaja. Que tiempos tan inocentes. Para no hacerles el cuento largo, la mentada película en la que ni de casualidad se escucha un gemido -solo la musiquita sexy- se les queda atorada en la videocassetera y me mata de risa el asunto porque así le pasó al primo de un amigo, jajaja. Después de muchos intentos fallidos la dejan ahí y Cesar Costa por accidente la ve y pela chicos ojotes jajaja ¡Apoteósico! Se escandaliza al enterarse de que el encargado del videoclub se dejó corromper ¡Uy, eso no pasa en México! Al final, padre e hijo coinciden en que no está bien andar viendo esas vulgaridades, jajaja.

Y así sucedía con otras situaciones como ponerse briago, auto medicarse, hacer trampa en un examen, pasarse un alto, etc. Para poder desviar la historia y no siempre centrarse en los chavos, aparecían personajes habituales, Juan el mejor amigo de César Costa, un cuate que se las daba de muy galán y que era gorrón como él solo. Este señor que interpretaba Octavio Galindo siempre trataba de convencerlo para irse de parranda con unas nenas. Pero César era más mocho que los de Pro-Vida, y ponía de pretexto a sus hijos.

Hay un capítulo en el que César está hasta la mother por tantas broncas y su dilema consiste en aceptar una invitación del tal Juan. Llegan al tugurio que a leguas se ve que es un estudio con dos mesitas y el papá soltero se la pasa martirizándose con la idea de que a sus hijos les va a pasar algo en el departamento. Of cors may jors, que no les pasa nada. Llega a su cantón en la madrugada y al final termina implorándole disculpas a sus chilpayates. Más chistoso hubiera sido que llegara cayéndose de borracho cantando Oaxaca, pero ni de broma iban a manchar su imagen de cuasi-santo.

También está Gumara la sirvienta, Pocholo el portero del edificio, Debbie la secre de César, Tribilín el amigo de Cesarín, por mencionar algunos. Ah y como olvidar a ese desfile de mujerones que andaban tras los huesos del ex-rocanrolero metido a productor, Lorena Herrera, Lina Santos, Felicia Mercado, pura fémina exuberante le tiraba la onda al chaparrito. Hasta una amiga de Alejandra resulta ser su fan, jajaja. Es como si  una chava en estos tiempos se quisiera echar al plato a José José, jaja.

Porque ese era otro de los temas frecuentes, ver si el señor por fin se matrimoniaba pero siempre se salvaba echándoles el choro de que tenía que atender a sus morros ¡Sí güey no era! jajaja

Salvo cuando se iban de vacaciones, todo se grababa en un estudio, siempre iban al mismo restaurant, la escuela de Cesarín solo era el salón de clases, lo único que estaba decente era el departamento que, siendo honesto se veía muy real, nada de colores ni detalles extravagantes como en las telenovelas. Todo muy adoc con el estílo que se suponía tenía la familia. Incluso, si uno pone atención se dará cuenta de que el mobiliario va cambiando conforme transcurren los años, como sucede por lo regular en la vida de cualquiera que tenga la posibilidad de hacerlo. Y la música ¡Quiero saber quién era el que ponía la música en los cortes y al final porque era un verdadero conocedor del pop en inglés y del rock en español! Desde Jefferson Starship, Peter Gabriel, Spandau Ballet, Billy Joel hasta Joaquín Sabina y Charlie García ¡Un Deus!

El programa duró mucho más de lo esperado, inició por ahí de 1987 y terminó a mediados de los 90. Las últimas temporadas los hijos ya eran adultos. Se habían tocado todos los temas posibles y eran repetitivos, Alejandra había dejado vestidos y alborotados a quien sabe cuántos novios, Miguel ya ni fu ni fa, Cesarín  tenía líos de faldas muy pero muy lights y César ya ni los sermoneaba. En un intento desesperado para alargar la serie se sacaron de la manga que una sobrinita se iba a vivir con ellos ¡Puf! ¡La idea fue pésima! De hecho, esa locura se la fusilaron de la serie gringa Blanco y Negro, que también incluyó un chavito cuando ya iban a tronar. La niña hacía ese tipo de bromas que solo le causan gracia a un adulto cuando la hija es suya. Cesarín, Alejandra y Miguel se volvieron secundarios, Pocholo y Gumara eran como los cómplices de la escuincla y el pobre César ya se veía aburrido.

A pesar de todo, no cortaron el programa de tajo. Extraño pero cierto, alguien tuvo la idea de escribir un capítulo final, en el que todos los hijos se van y César se queda solo como al principio. Algo así como que el ñor ya cumplió educándolos. Medio dramático el asunto, porque el don dice al final la frase "Siempre seré papá soltero", esos dos minutos hubieran sido geniales si César volteaba a la cámara diciendo "¡Ya no soy papá ...pero si soltero!¡jujujuy! Pero pues no se le pueden pedir peras al olmo, ni al tierno César que se comporte como el mariguano y borracho Enruco Guzmán.

Esperen... no suena mal un reboot de la serie con el papá de Alejandra Guzmán en plan estelar. Bien podría llamarse Papá soltebrio.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Un informe muy deforme


Aviso: Para proteger la integridad del autor o sea yo, los nombres de algunos personajes han sido ligeramente cambiados.

La multitud espera ansiosa la entrada al Coloso de Reforma. Señoras emperifolladas,  un día antes habían pasado largas horas en el salón de belleza y yo parafraseando al grupo Intocable me preguntaba ¿Y todo para qué? Para que a la hora en que nos repartieran los boletos, vieran decepcionadas que las habían mandado al gallinero. Pero también a quién se le ocurre pensar que en un lugar en donde cabe un titupuchal de gente alguien se va a estar fijando qué traen puesto. En fin.

Con la clásica comitiva a sus espaldas aparece el gobernador. Algunas mujeres se acercan y las exclamaciones no se hacen esperar  ¡Le dije que está re guapo comadre! ¡Papacito! ¡De aquí soy!

Juro que no es envidia, pero pues no necesito ser mujer para darme cuenta de que el fulano así como que galán, galán no es. De hecho, miro sus zapatos y confirmo mis sospechas. El señor recurre al viejo pero infalible truco del tacón cubano. Si lo sabré yo, que también lo aplico para acercarme al 1.70 y no verme tan zotaco. Por otro lado, está científicamente comprobado que el factor PODER es un fuerte afrodisíaco. Apuesto lo que quieran, a que si el susodicho fuera el señor Miguelito que saca las copias en la oficina, no lo rondarían ni las moscas. Para su buena suerte, no es así.

Los paleros en un alarde de originalidad gritan al unísono ¡Fulano! ¡Amigo! ¡El pueblo está contigo! Esto ya lo viví ¿Será un Deja Vu? Me pregunto. Claro, es la misma porra dedicada hace un año a Perengano, y hace seis a Sutano. Hay cosas que por más que critiquen insisten imitar.

Una vez dentro, me siento junto a un compañero que con cara de congojo me cuenta que en la entrada le confiscaron una torta de chorizo con frijoles y un Red Cola. Una compañera le hace burla diciéndole que ella sin broncas pasó un termo con leche y una bolsa de “Confleis”. No bueno, traía hasta su platito para preparárselos ahí en su asiento sin el mayor empacho.

Desde arriba vemos entrar a los invitados “Vi ay pi” que tendrán el privilegio de escuchar de cerca al gobernador una vez que inicie su discurso. Para amenizar el evento se arranca a tocar un mariachi. La gente se emociona como si estuviera en Garibaldi y pide a gritos que canten Cielo rojo, Por tu maldito amor y Cruz de olvido, pero los muy jijos se las catafixian por Mujeres divinas, Lástima que seas ajena y Mátalas. Ya hay quien picado empieza a organizar en donde se la van a seguir pero con unos tequilas encima para calentar el ambiente. Pero los que de plano no tienen una pizca de educación son los diputados ¿En dónde se ha visto que mientras los artistas están en el escenario los cuates de abajo estén de pie cotorreando, hablando con el celular, intercambiando papeles? No cabe duda que para esas nacadas los políticos se pintan solos.

El locutor pide silencio para presentar a los invitados especiales. La cámara toma sin querer al Señor de las ligas, se escuchan murmullos que se asemejan a un ¿Y ese güey que hace aquí? Rápido mueven la cámara hacia otro lado. Aplausos para el ingeniero Cuatemochas, para Niño Canún, para Muñoz Bledo (aunque todos se preguntan ahora a cuál partido va representando), para Jabobo Chabludosky, para Necio de María y hartas mentadas para el diputado Caguachi.

Y en medio de aplausos y gritos de emoción desbordada hace su entrada triunfal el señor gobernador. Con su voz chillona pide que pongamos atención a un bonito video. Apagan la luz. Escuchó a mis espaldas unos ruidos extraños, una mezcla de respiraciones entrecortadas que me eriza la piel. Lentamente giro mi cabeza y… ¡Seis personas de la fila de atrás están durmiendo! ¡Ya ni la friegan! 

El discurso es inspirador. Casi lloro al escuchar tantos logros descomunales. Que los japoneses se queden con su tren bala, lo de hoy es el metrobus. Nunca se habló de Iztapalacra, ni de Milpa Alta, mucho menos de Tlahuac ¿Cómo para qué? Para qué entristecernos si podemos hablar de Paseo de la Reforma (obvio sin llegar a los límites con la Guerrero) Santa Fe, Lomas de Chapultepec y La Condesa. Y en el asunto del desarme, ya la ONU va a mandar una carta pidiendo que los ayudemos canjeando armas por bicicletas en Palestina, Irak y Sarajevo ¡A fuerzas! Sí ya decía yo que no ganamos el mundial sub 17 dos veces por pura casualidad ¡Somos potencia en todo!

Me cae que con una lágrima bailándome en el ojo como si fuera Remi, salgo del recinto con ganas de cantarle al susodicho esa famosa rola que dice “Tu eres mi hermano del alma realmente un amigo”.

En mi vida he gozado de bellas experiencias pero como esta pocas ¡Verdad de Dios!

Un lugar de pelos


Cuando uno iba de niño a cortarse el cabello de riguroso casquete corto como lo pedían en la primaria, no había de otra más que ir a la peluquería. El problema es que en esos sitios – por fortuna ya hay pocos- solo sabían hacer cortes ultra conservadores y anticuados. Cuando salía un abuelo con su nieto, distinguías quién era quién al ver cuál de los dos tenía el cabello blanco, menudo problema si el niño era canoso prematuro. Sobra decir que las peluquerías eran espantosas con todo y el cilindro exterior que parecía caramelo. Recuerdo la que estaba a la vuelta de mi casa. Al entrar olía tanto a loción para después de afeitar, que hasta mareaba. La atendían unos hermanos apodados “los güeros” (práctica común en ese tipo de lugares “vamos a la peluquería de los güeros, de los carnales, de los compas, de los primos, etc.”) dichos fulanos vestían bata blanca de carnicero, de su bolsa sobresalía un peine negro de plástico y unas tijerillas. Repito, esos lugares eran feos con ganas,  te sentaban en unas sillas giratorias gigantescas y horribles. Nunca vi que te atendieran mujeres.

Como yo desde chaval ya era medio contreras decía ¡Nanay! Yo no quiero un peinado de esos horribles de Benito Juárez, dicho sea con todo respeto para el político oaxaqueño.  Yo quería algo más moderno, más en la onda como decíamos en aquellos años 80. Algo más como…mmm…algo que me pudiera peinar para ir a la escuela y para andar en la calle…algo como… ¡George Michael! Sí, como el cantante del dueto Wham. Bueno, hasta la fecha debo confesar que creo que es mil veces mejor verse como un gay inglés que como Don Beno Juárez.

Para mi mala suerte, esos peinados resulta que ahí no los hacían, por más que uno llevara la fotografía y les dijera ¡Así lo quiero! Los infelices te daban el avión y te dejaban con la peluca estilo Hitler. Levantabas la mirada del Libro vaquero –Ah porque esa la otra, no había para leer más que diarios de nota roja, el mil chistes e historietitas de luchadores, chalanes y maistros – y al verte en el espejo ¡Válgame Dios ya me desgraciaron para siempre! Aguantándote el coraje le preguntabas al peluquero ¿Y ese gallo que me quedó atrás? A lo que el tipo aplastándolo con su manota respondía Es que ahí tiene un remolino bien rebelde jovenazo, ahista mire ya se aplacó  ¡Remolino mis…!

El único momento disfrutable que recuerdo, es aquel en que te untaban la crema de afeitar en la patilla y la nuca ¡Ah! Que delicia era sentir como raspaba la navaja cada parte de la piel, al tiempo que se escuchaba un scratch scratch y luego esa refrescante sensación provocada por la loción entrando por los poros ¡Sublime! Además el asunto era muy simbólico. Que te afeitaran aunque sea los tres pelillos de la patilla significaba una transición. Miraba mi reflejo y pensaba Soy un hombre hecho y derecho, me han afeitado como a mi padre, terminaré la primaria y buscaré un trabajo, me iré de casa y quizá con mis domingos me alcance para comprar un coche.

Por obra y gracia de no sé quién, a mediados de los años ochenta comenzaron a abrir por todos lados las llamadas estéticas unisex. Adiós a las condenadas barberías y peluquerías, bienvenida la modernidad y el buen gusto. Los estilistas ya no parecían taqueros, al contrario eran chicos divis divis con manos más delicadas que las de una dama, sobre todo los que atendían en locales de la Zona Rosa. Aclaro que el ahora centro de reunión de la comunidad fanática del dulce poblano, en esos años aun no era declarado territorio gay de tiempo completo.

Pues bien, ahí en el corazón de la Pink zone me iba a meter para pedir mi corte muy fashion, muy acá a la moda, muy a lo Bruce Willis en Duro de matar (o sea antes de que se quedara calvario). En los revisteros había puros libros con fotos de muchachonas con look de Cindy Lauper y chavos con rímel, lipstick y cara de ay si tú las traes. Pero por lo menos a mí, no me pasaba por la mente que les gustaran las dobladas de espinazo, así de inocente era yo. Claro, en lo que se refiere a los corta-greñas si me daba cuenta de que eran re jotillos jaja, eso sí, con mucho estilacho no como Fabiruchis.

Como era lógico, estos lugares tuvieron tanto éxito que empezaron a cobrar las perlas de la virgen. Cortes de cabello, luces, manicure y patiquiur, extensiones, bueno hasta al más pelón le hacían trenzas. Tenías que hacer cita y, pedir que te atendiera el dueño del negocio era poco menos que un sueño guajiro porque ya estaban más que apartados por las doñas de la socialité.

Llego un momento en que tanto blof era demasiado lujo, estaba bien eso de que te ofrecieran el cafecito mientras esperabas, que te pusieran ampolletas de menjurjes raros y te dieran un masajito capilar casi casi con final feliz, pero tampoco era una prioridad.

Entonces comencé a buscar otras opciones y encontré un lugar modesto, una estética ni muy muy ni tan tan, bueno a lo que voy es que ese lugar pese al buen trato, es un universo ¡Insoportable! Tienen un asiento largo como una salchicha (sin albur) forrada con un plástico que hace que te suden las nailons y que te vayas resbalando. Empotrado en la pared hay un televisor siempre sintonizado en el canal 2, ya se imaginarán la porquería de programas que se tiene que chutar uno mientras espera: Sabadazo, Tempranito, Hoy, y otros bodrios infames. En esos momentos es cuando uno se da cuenta de que el cuerpo no es una máquina perfecta, ya que si no los quieres ver, puedes cerrar los ojos pero es imposible no escucharlos, porque además por alguna razón que no comprendo los conductores no pueden hablar si no es a grito pelado. 

Para no volverme loco, intento ignorarlo leyendo una revista perooooo,,, en el revistero hay solo publicaciones de chismes, de esas que inician con la palabra TV, TV y Novelas, TV y más, TV Notas, y las clásicas Hola y Quién, estas últimas con artículos de gente que se la pasa bien suavena pero que los simples mortales ni conocemos; que si un príncipe árabe compró una isla en Las Bahamas, que si un millonario ruso rentó Eurodisney para la fiesta de su escuincla, puras frivolidades pues. 

Pero eso no es lo peor. Los hombres nos sentamos a esperar y ya. Las mujeres en cambio socializan y ni dejan que terminen de atender a uno. 

- Silvita mija ¿Cómo has estado?
-Bien doña Lucy. Ahorita la paso
-Fíjate Silvita que ese color se te ve muy bien
-Ay gracias doña Lucy, usted siempre tan amable
- Mija, es que estás re chula. Una porque ya esta vieja, yo ni haciéndome esos rayos me vería así. Mira que maltratada tengo la raíz.

La estilista interrumpe mi corte para ver a la ñora.

- Esto se puede arreglar doña Lucy. Nomás espéreme tantito. Ya ahorita la paso.
- Si mija, tu no te preocupes.

La estilista me pide disculpas y continúa.

- Oye mija, tu no conoces a mis nietos ¿Verdad? La grandecita está bien bonita, se parece a mi hija. Mira aquí traigo su foto. Se la sacaron en el ballet. Mira ven para que te la enseñe.
- A ver permiteme ver- me dice la estilista- Ay doña Lucy si ya casi es una señorita, al rato va a traer locos a los muchachos.
- !Calla boca pecadora!

Y entre el ji, ji, ji y el ja,ja, ja y una bola de interrupciones salgo del lugar después de dos horas cuando no debería haber tardado más de veinte minutos.

Ahora que lo pienso bien, no estaría mal ir otra vez a esas horribles peluquerías.