Cuando uno iba de niño a cortarse
el cabello de riguroso casquete corto como lo pedían en la primaria, no había de
otra más que ir a la peluquería. El problema es que en esos sitios – por
fortuna ya hay pocos- solo sabían hacer cortes ultra conservadores y
anticuados. Cuando salía un abuelo con su nieto, distinguías quién era
quién al ver cuál de los dos tenía el cabello blanco, menudo problema si el
niño era canoso prematuro. Sobra decir que las peluquerías eran espantosas con
todo y el cilindro exterior que parecía caramelo. Recuerdo la que estaba a la
vuelta de mi casa. Al entrar olía tanto a loción para después de afeitar, que
hasta mareaba. La atendían unos hermanos apodados “los güeros” (práctica común en
ese tipo de lugares “vamos a la peluquería de los güeros, de los carnales, de
los compas, de los primos, etc.”) dichos fulanos vestían bata blanca de
carnicero, de su bolsa sobresalía un peine negro de plástico y unas tijerillas.
Repito, esos lugares eran feos con ganas,
te sentaban en unas sillas giratorias gigantescas y horribles. Nunca vi
que te atendieran mujeres.
Como yo desde chaval ya era medio
contreras decía ¡Nanay! Yo no quiero un peinado de esos horribles de Benito
Juárez, dicho sea con todo respeto para el político oaxaqueño. Yo quería algo más moderno, más en la onda
como decíamos en aquellos años 80. Algo más como…mmm…algo que me pudiera peinar
para ir a la escuela y para andar en la calle…algo como… ¡George Michael! Sí,
como el cantante del dueto Wham. Bueno, hasta la fecha debo confesar que creo
que es mil veces mejor verse como un gay inglés que como Don Beno Juárez.
Para mi mala suerte, esos peinados resulta
que ahí no los hacían, por más que uno llevara la fotografía y les dijera ¡Así
lo quiero! Los infelices te daban el avión y te dejaban con la peluca estilo
Hitler. Levantabas la mirada del Libro vaquero –Ah porque esa la otra, no había
para leer más que diarios de nota roja, el mil chistes e historietitas de luchadores, chalanes y
maistros – y al verte en el espejo ¡Válgame Dios ya me desgraciaron para
siempre! Aguantándote el coraje le preguntabas al peluquero ¿Y ese gallo
que me quedó atrás? A lo que el tipo aplastándolo con su manota respondía Es que ahí
tiene un remolino bien rebelde jovenazo, ahista mire ya se aplacó ¡Remolino mis…!
El único momento disfrutable que
recuerdo, es aquel en que te untaban la crema de afeitar en la patilla y la
nuca ¡Ah! Que delicia era sentir como raspaba la navaja cada parte de la piel, al
tiempo que se escuchaba un scratch scratch y luego esa refrescante sensación
provocada por la loción entrando por los poros ¡Sublime! Además el asunto era
muy simbólico. Que te afeitaran aunque sea los tres pelillos de la patilla
significaba una transición. Miraba mi reflejo y pensaba Soy un hombre hecho y
derecho, me han afeitado como a mi padre, terminaré la primaria y buscaré un
trabajo, me iré de casa y quizá con mis domingos me alcance para comprar un
coche.
Por obra y gracia de no sé quién,
a mediados de los años ochenta comenzaron a abrir por todos lados las llamadas estéticas
unisex. Adiós a las condenadas barberías y peluquerías, bienvenida la
modernidad y el buen gusto. Los estilistas ya no parecían taqueros, al
contrario eran chicos divis divis con manos más delicadas que las de una dama,
sobre todo los que atendían en locales de la Zona Rosa. Aclaro que el ahora
centro de reunión de la comunidad fanática del dulce poblano, en esos años aun
no era declarado territorio gay de tiempo completo.
Pues bien, ahí en el corazón de
la Pink zone me iba a meter para pedir mi corte muy fashion, muy acá a la moda,
muy a lo Bruce Willis en Duro de matar (o sea antes de que se quedara
calvario). En los revisteros había puros libros con fotos de muchachonas con
look de Cindy Lauper y chavos con rímel, lipstick y cara de ay si tú las traes.
Pero por lo menos a mí, no me pasaba por la mente que les gustaran las dobladas
de espinazo, así de inocente era yo. Claro, en lo que se refiere a los corta-greñas
si me daba cuenta de que eran re jotillos jaja, eso sí, con mucho estilacho no
como Fabiruchis.
Como era lógico, estos lugares
tuvieron tanto éxito que empezaron a cobrar las perlas de la virgen. Cortes de
cabello, luces, manicure y patiquiur, extensiones, bueno hasta al más pelón le hacían
trenzas. Tenías que hacer cita y, pedir que te atendiera el dueño del negocio era poco menos
que un sueño guajiro porque ya estaban más que apartados por las doñas de la socialité.
Llego un momento en que tanto
blof era demasiado lujo, estaba bien eso de que te ofrecieran el cafecito
mientras esperabas, que te pusieran ampolletas de menjurjes raros y te dieran
un masajito capilar casi casi con final feliz, pero tampoco era una prioridad.
Entonces comencé a buscar otras
opciones y encontré un lugar modesto, una estética ni muy muy ni tan tan, bueno
a lo que voy es que ese lugar pese al buen trato, es un universo ¡Insoportable! Tienen un asiento largo como una
salchicha (sin albur) forrada con un plástico que hace que te suden las nailons y
que te vayas resbalando. Empotrado en la pared hay un televisor siempre sintonizado en el canal 2, ya se imaginarán la porquería de programas que se tiene que chutar uno mientras espera: Sabadazo, Tempranito, Hoy, y otros bodrios infames. En esos momentos es cuando uno se da cuenta de que el cuerpo no es una máquina perfecta, ya que si no los quieres ver, puedes cerrar los ojos pero es imposible no escucharlos, porque además por alguna razón que no comprendo los conductores no pueden hablar si no es a grito pelado.
Para no volverme loco, intento ignorarlo leyendo una revista perooooo,,, en el revistero hay solo publicaciones de chismes, de esas que inician con la palabra TV, TV y Novelas, TV y más, TV Notas, y las clásicas Hola y Quién, estas últimas con artículos de gente que se la pasa bien suavena pero que los simples mortales ni conocemos; que si un príncipe árabe compró una isla en Las Bahamas, que si un millonario ruso rentó Eurodisney para la fiesta de su escuincla, puras frivolidades pues.
Pero eso no es lo peor. Los hombres nos sentamos a esperar y ya. Las mujeres en cambio socializan y ni dejan que terminen de atender a uno.
- Silvita mija ¿Cómo has estado?
-Bien doña Lucy. Ahorita la paso
-Fíjate Silvita que ese color se te ve muy bien
-Ay gracias doña Lucy, usted siempre tan amable
- Mija, es que estás re chula. Una porque ya esta vieja, yo ni haciéndome esos rayos me vería así. Mira que maltratada tengo la raíz.
La estilista interrumpe mi corte para ver a la ñora.
- Esto se puede arreglar doña Lucy. Nomás espéreme tantito. Ya ahorita la paso.
- Si mija, tu no te preocupes.
La estilista me pide disculpas y continúa.
- Oye mija, tu no conoces a mis nietos ¿Verdad? La grandecita está bien bonita, se parece a mi hija. Mira aquí traigo su foto. Se la sacaron en el ballet. Mira ven para que te la enseñe.
- A ver permiteme ver- me dice la estilista- Ay doña Lucy si ya casi es una señorita, al rato va a traer locos a los muchachos.
- !Calla boca pecadora!
Y entre el ji, ji, ji y el ja,ja, ja y una bola de interrupciones salgo del lugar después de dos horas cuando no debería haber tardado más de veinte minutos.
Ahora que lo pienso bien, no estaría mal ir otra vez a esas horribles peluquerías.

Ja ja ja ja... mira nomás la conclusión, je je je.
ResponderEliminarY si, es un martirio eso de las estéticas UNISEX. consume la vida, ja
Muy bueno mejo... como siempre, fascinante tu blog.
yo por eso detesto ir a la estética, es una tortura para mi, soy una mujer muy extraña, jajajaja, odio todas esas frivolidades, si pudiera y supiera yo sola me cortaría el cabello, al fin q para como me lo cortan nadie se daría cuenta y si fui yo en la estética, jajajajajaja, ahora me entiendes
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